Domingo "normal"

Hola.

Esta mañana, antes de empacar mis cosas y emprender el viaje de regreso a Caracas, leí en una revista dominical un artículo relacionado al tan impreciso factor "normalidad". Durante un período de mi vida enfrenté de manera frontal a todos esos cánones y/o conductas que parecían o se esperaba fuesen normales. ¿Quién decide lo que es normal en esta vida? Por ejemplo: para los que hemos tenido la fortuna de crecer en un pequeño poblado del interior, lo normal en el día a día sería despertar con el cantar de los pájaros, o sencillamente cuando nuestro organismo lo considere pertinente. Viviendo en la capital, la historia es diferente. El corneteo de los carros y autobuses, por lo general a partir de las 05:00am, destruyen cualquier posibilidad de un alegre despertar. La ensordecedora paranoia de los despertadores tampoco ayuda mucho. Eso de empezar el día con buen pie es algo casi utópico, pero como es lo normal, no nos quejamos en voz alta. De hecho, nos acostumbramos a ello, con mayor o menor resignación, pero acostumbrados a fin de cuentas. Yo, el primero.

Hay espacios en los que el factor normalidad es aún más borroso. La administración pública venezolana, burocrática e ineficiente, es uno de ellos. Luego de trabajar en ella durante casi tres años, puedo asegurar que parece una dimensión paralela. Como soy un hombre sumamente anecdótico (por la cantidad de cuentos que tengo, debo aclarar), tengo cientos de ejemplos que apoyan la teoría antes planteada. Hace un par de años trabajé en cierta empresa del Estado vinculada al sector azucarero nacional, manejada con cierto criterio de bodega de pueblo, pero a nadie parecía importarle mucho el asunto. En ella, estaban como asesores y proyectistas un grupo de "hermanos" caribeños cuyo país es muy conocido por sus habanos y sus guayaberas (supongo que saben a quienes me refiero). Cuando llegué, me comentaron que estos chicos eran unos trabajadores excepcionales e incansables porque laboraban de lunes a sábado, hasta cerca de las 11:00pm. Es bárbaro, debo admitirlo. No obstante, al poco tiempo noté que su trabajo no estaba al día, es decir, los proyectos que a la fecha debían haber terminado, aún no estaban listos. Extraño, pensé. Hasta que fui a su bunker a verificar lo que desde hacía días rondaba mi mente: nuestros hermanos dedicaban gran parte de su tiempo a socializar en la web (chatear, en otras palabras), descargar música y películas diversas, y actividades conexas. ¡Bingo! Eso apenas fue el inicio: exigían tazas grandes y pequeñas para café con leche y negro, respectivamente; vehículos disponibles a toda hora, a pesar que no podían conducir por no tener licencias válidas; botellones de agua potable para consumo y para lavarse las manos, aire acondicionado en sus habitaciones para evitar el paludismo (palabras textuales), celulares con salida internacional, y un largo etcétera de requerimientos que harían de la J.Lo una bebé en pañales... Lo peor no eran sus demandas, algo incoherentes si tomamos en cuenta su supuesta vocación socialista. El asunto es que en nuestras flamantes instituciones venezolanas, ellos conseguían (y consiguen) el apoyo de sus directivos. No les exigían resultados, claro está. De eso no se hablaba. Sólo había que limitarse a complacerlos. Y no era barato, todo lo contrario. Para mí, esa actitud demostraba una total ausencia de criterio a la hora de tomar decisiones, indiferentemente del nivel, porque hasta el ministro (sociólogo, para más señas) lo sabía, y callaba. ¿Eso es normal?. No, en mi opinión. Pero entiendo algo: cuando el criterio sólido no es el fuerte, suceden cosas así. Y en esas situaciones, el factor normalidad y la sensatez no son compatibles.

No hace falta ser un vidente para saber cómo terminó la historia: me botaron (literalmente) por reclamar en público diversas irregularidades, y por no participar en ese carnaval sin sentido. No todo fue malo. Algo que ratifiqué fue mi idea del sentido de normalidad de las cosas. No sólo no existe, a pesar de los prejuicios que tengamos, sino que me dí cuenta que estos últimos se transforman según sea nuestra realidad. Y eso es altamente peligroso. Los prejuicios lesionan nuestros valores, siempre se van hacia los extremos, y los extremos nunca generan nada creativo.

Piensa un poco al respecto, y te darás cuenta que no está mal no ser normal.

Hasta el próximo post.

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