En primera persona: Libérate de toda culpa

Hola.

Las batallas internas son las más violentas, y en consecuencia son las más peligrosas. Perder el control de la mente es algo aterrador, darnos cuenta de cómo la línea de pensamiento es un completo caos resulta cualquier cosa menos alentador. Día a día, en silencio, resistir avalanchas de pensamientos e ideas negativas y autodestructivas consume muchísima energía, genera angustia, lesiona el autoestima y hace que vayamos perdiendo nuestra paz. Nadie merece vivir con la angustia de saberse incapaz de controlar su nivel de ansiedad, pero más allá de eso, nadie merece vivir con la culpa resultante.

Hace unas noches, en uno de esos días en que la ansiedad me impedía llegar a los ascensores de mi edificio, me desperté en la madrugada porque podría jurar que alguien me dijo al oído: "libérate de toda culpa, no tienes que seguir cargando con eso, suéltalo". Mi mente extremadamente racional me indica que fue un sueño, algo de mi disparatada imaginación. No obstante, sé que no fue sólo un sueño porque hay mucha (quizás demasiada) verdad en ello.

¿De qué me siento culpable?

De no estar junto a mi madre, con Alzheimer, cuidándola como ella lo hacía cuando yo enfermaba. De no estar apoyando a mi papá y a mi hermano mayor, quienes la cuidan a diario, mientras yo sigo con mi vida lejos de ellos. He llegado a pensar -y creer- que es un crimen imperdonable. Y diariamente, en todo momento, una voz en mi mente me dice que lo es.

De no saber amar, porque el fracaso de mi relación me demostró que no soy tan empático, tan sincero y tan comunicativo como creía. Por ser demasiado cobarde para tomar decisiones y salir de mi zona de confort, así me sintiera miserable, así hiciera sentir miserable a quien estaba conmigo entonces.

De no amarme lo suficiente, de fingir ser más seguro de lo que en realidad soy, de no ser infalible, de tener el autoestima mucho más baja de lo que estoy dispuesto a admitir.

Soy muy bueno narrando mis faltas, pensándolas y creyéndomelas.

Hoy me ocurrió algo inesperado. Conocí a alguien que había pasado por una situación similar hace muchos años, y logró salir adelante sin las psicoterapias a las que asisto no tan religiosamente como debería. Y me preguntó algo que me dejó pensando:

¿Por qué te crees culpable de todo ello?

Y la respuesta que logro articular es: porque me gusta sentirme miserable. Lo admito. Si leen las historias que he publicado en este blog, los protagonistas siempre están inmersos en una situación dolorosa y devastadora. Nunca tienen un final feliz, están llenos de rencor y culpa. Y eso no es casual.

La culpa es un término con una connotación pesada, a mi entender. Pero me he aferrado a ella para justificar mi dolor, juzagarme y empezar a preguntarme el por qué de las cosas. ¿Qué he conseguido con ello? Hacerme daño. Creo que ya basta.

Basta de ignorar que tengo infinitas cosas que agradecer.

Basta de ignorar que tengo muchísimas personas que me quieren de verdad, que se preocupan por mí. Mis padres, mis hermanos, mis amigas, mis amigos, mi familia espiritual está allí.

Basta de ignorar que en el fondo de sus ojos, mi mamá sabe quién soy y está orgullosa de ello. Ella lo ha olvidado todo y a todos, pero su alma sigue (y seguirá) viva, conectada a quienes tanto ha amado. Y en ese hecho, su sacrificio valió la pena en cada uno de nosotros.

Basta de ignorar que soy afortunado al tener en mis padres el mejor ejemplo de vida que jamás tendré. Mi papá es el hombre con el corazón más grande, el amor más auténtico y la mayor entrega que he conocido. Si en alguien quiero convertirme, es en él.

Basta de ignorar que soy la mejor versión de mí, y que puedo evolucionar a partir de aquí.

Basta de vivir con más futuro y pasado que presente.

Basta de ignorar que para escribir, no tengo que perder(me).

Es hora de ir soltando la carga.

Es hora de un final feliz para mis personajes.

Hasta el próximo post.

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