Relatos cotidianos: Un día cualquiera - Parte II

¿Cómo dejó que esto ocurriera? ¿No se suponía que éramos las mejores amigas?, pensaba, mientras dejaba que su mirada recorriera el lugar donde estaba.

¿Por quien lloraba desconsolada esa mujer?, se preguntaba. ¿Estaba sola? ¿Nadie la acompañaba?
Debía ser algo grave, nadie puede llorar de esa manera a menos que la seguridad de la muerte la haya arropado. Se veía humilde, lucía cansada. Pero allí estaba, llorando y recostada de esa pared de dudosa suciedad.

Del otro lado, un señor en una camilla, semi desnudo. No parecía tener algo grave, sonreía y veía a quienes le rodeaban con cariño. Quizás estaba muy delgado, huesudo, pero no parecía estar sufriendo mucho. Seguramente morirá de un momento a otro. Así son esas cosas: parecen mejorar y la esperanza reconforta a todos, pero luego la inevitable muerte se hace cargo.

Debo dejar de pensar en la muerte. Ya es demasiado con tener que caer aquí, en este...

¿Es usted la mamá?, preguntó el médico.

Sí, lo soy. ¿Cómo está mi...?

Está viva -interrumpió. Pero su bebé no corrió con suerte. Ya lo había perdido cuando llegó aquí. Le estamos haciendo un curetaje y podrá llevársela a casa.

Entiendo... ¿Puedo verla?

Aún no. En lo que terminemos con ella, podrá llevársela a casa.
El médico se dio la vuelta sin decir más.

Parece que nadie se salva, ¿no? -preguntó una señora de aspecto desaliñado que estaba a un lado.

No sé de qué habla...

De su hija, de todos -le respondió. Aquí todos mueren de una u otra forma.

Mi hija tuvo un accidente, ella está bien -le replicó.

¿Y tú, qué perdiste?

No entiendo qué me quiere decir...

Tu te vas con algo muerto. Se te nota.

Sin saber qué decir, aparece su niña y la abraza. La besa como nunca, la rodea con sus brazos y salen de esa sala.

Fue lo mejor mi amor -dice-, ya verás que con el tiempo te darás cuenta que fue la mejor decisión.

Mami, ¿fue la mejor decisión para quién?

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En cuestiones del amor, Nelson se jactaba de ser un caballo salvaje. Nadie lo domaba. Jamás se enamoraba. Si llegaba a sentir algún tipo de afecto hacia alguien, hacía lo imposible por alejarle, por agotarle y dejarle ver que estaba perdiendo el tiempo.

Pero esa tarde, cuando Nelson iba al cine, vio a alguien que distaba mucho del tipo de hombre que le atraía. No era musculoso, no estaba tatuado, y distaba mucho del bad boy de una noche sin compromiso que tanto le atraía. Pero había algo en sus ojos que lo engancharon.

Por primera vez vio, a través de los ojos, el alma de alguien genuino.

Bastó que le sonriera tontamente para que se interesara en ese hombre que, en circunstancias normales, jamás hubiese volteado a ver.

Sólo hizo falta que conversaran no más de diez minutos para que se le quedara marcado en el alma, cosa que no le agradaba mucho porque, en ese campo, era todo menos sofisticado.

Quince minutos, no más de eso.

Y cuatro años después, volvieron a encontrarse. Y en cuestión de horas, Nelson se dio cuenta que amar era posible. Que ser un "bicho", como le gustaba calificarse, no era necesario porque no había peligro en enamorarse. Entendió que ser vulnerable no era muestra de debilidad. Que no siempre debía ser fuerte, que dejarse querer es parte del proceso de enriquecimiento del ser humano.

Pero los egos son parte importante de las historias humanas, y con ellos los miedos. Nelson está debatiéndose entre amar o ser lo que sus egos dicen que sea. Mientras tanto, su loco, su nene, le espera. Y no por falta de amor propio, sino por dos elementos fundamentales: amor y paciencia.

Y en ese juego, según me han dicho y sin importar cuanto tiempo esperen, estos últimos son los que ganan.

Y todo esto, por esos quince minutos de un día cualquiera.

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Hasta el próximo post.

Comentarios

Marie Jossette Saide ha dicho que…
Hola Vladimir,

Tu escrito refleja una gran madurez y sensibilidad.

Te felicito.

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