Relatos Cotidianos: El niño de madera.
Hola.
Mary consiguió una felicidad anteriormente vivida, pero que ya no recordaba con claridad. Sentía que la alegría la embargaba, esa que ahora era tan distante, pero que su cuerpo reconocía como merecedor en momentos ya pasados, en épocas menos confusas. Ella se regocijaba al verle la cara todas las mañanas, tan cercano y sonriéndole en todo momento, que no podía evitar sentirlo suyo. Era la única seguridad que tenía en una vida ahora tan llena de incertidumbres. Era ese niño que se asomaba a su cama día a día, esperando las dulces palabras y los mimos que Mary le dispensaba, como si de su bebé recién nacido se tratase. No podía ser más feliz. Pasaban horas viéndose, contándose cosas, siendo cómplices de travesuras. Ella no dejaba de sonreír cuando el niño se aparecía cada día, en los momentos en que más lo necesitaba. Esos momentos en que la sombra de la angustia y la desesperación la arropaban, por no poder reconocer como propio el mundo en que siempre ha vivido. En esos momentos, cuando acostada, veía en la cabecera de la cama a ese niño de madera que tanta serenidad le daba.
Hasta el próximo post.
Mary consiguió una felicidad anteriormente vivida, pero que ya no recordaba con claridad. Sentía que la alegría la embargaba, esa que ahora era tan distante, pero que su cuerpo reconocía como merecedor en momentos ya pasados, en épocas menos confusas. Ella se regocijaba al verle la cara todas las mañanas, tan cercano y sonriéndole en todo momento, que no podía evitar sentirlo suyo. Era la única seguridad que tenía en una vida ahora tan llena de incertidumbres. Era ese niño que se asomaba a su cama día a día, esperando las dulces palabras y los mimos que Mary le dispensaba, como si de su bebé recién nacido se tratase. No podía ser más feliz. Pasaban horas viéndose, contándose cosas, siendo cómplices de travesuras. Ella no dejaba de sonreír cuando el niño se aparecía cada día, en los momentos en que más lo necesitaba. Esos momentos en que la sombra de la angustia y la desesperación la arropaban, por no poder reconocer como propio el mundo en que siempre ha vivido. En esos momentos, cuando acostada, veía en la cabecera de la cama a ese niño de madera que tanta serenidad le daba.
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