De cómo, en un segundo, nos damos cuenta de lo tontos que somos...

Saludos.

Hace un par de semanas, fui con mis compañeras y compañeros de trabajo a entregar regalos en una casa hogar, como parte de una ya tradicional actividad navideña. Allí, tenían niños y niñas con edades que iban desde unos cuantos días de nacido hasta los nueve años. ¿Por qué llegaban a ese lugar? Múltiples razones: abandono de los padres, incapacidad manifiesta de éstos para asumir tal rol, desintegración familiar... En fin.

Dado que no sabía qué esperar, fui con expectativa cero. Eran veintitantos niños y niñas llevando una vida tan "normal" como fuese posible, con sus respectivas obligaciones académicas e inquietudes recreativas. Mientras entregábamos los regalos, vi las reacciones que tenían esos pequeños. Y me di cuenta que no sentía pena por ellos, en lo absoluto. Ellos estaban muy por encima de sus circunstancias, haciéndose una vida propia, siendo felices y sonriendo por los pequeños momentos como ese.

Y fue justo en ese momento, allí, cuando me di cuenta de lo tonto que he sido. ¿En qué momento dejé de sorprenderme por un obsequio? ¿Por qué ya no me entusiasma un intercambio de regalo? ¿Cuándo me volví tan cínico? ¿Será que no siento lo suficiente?

En algún momento pensé que ser adulto implicaba dejar de sentir algunas cosas cotidianas. No obstante, empiezo a creer que no es así. Quizás cuando sea padre, si eso llegare a ocurrir, tendré una mejor perspectiva del asunto. Por ahora, intento darme algunas concesiones emocionales. Ya veré cómo se van dando las cosas.

Hasta el próximo post.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Memorias de una vida desperdiciada - Extracto N° 1

Memorias de una vida desperdiciada - Extracto N° 2

Parábola del viento (BORRADOR)