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El silencio entre nosotros

Ismael no ha querido dejar que la rabia se aloje en su alma cada que vez que recuerda lo rápido que pasó todo, lo pronto que llegó y lo doloroso de la partida. Pero no puede hacer nada. Esa enfermedad impuso un silencio prematuro y una incapacidad temprana. "¿Cuánto pudo haber hecho si no hubiese enfermado?", se preguntaba. Cuánto amor no pudo expresar. Cuántas sonrisas se perdieron en ese infortunio. Ella dejó de abrazarlo hace tanto, que parece una sensación diluida en el tiempo. Hace tanto que ya no recibía su bendición... Ahora solo hay dolor. Y días buenos, pero otros no tanto. Y rabia.

Memorias de una vida desperdiciada - Extracto N° 2

Ese día, ella estaba en la cocina, sentada, cosiendo esa inexplicable pieza que parecía no acabar nunca. Estaba frágil, apenas podía caminar con la ayuda de una andadera. Los años no pasan en vano ni para los robles más robustos del bosque. A pesar de ello, su carácter y lucidez estaban intactos. Ya listo para irme, recuerdo haberle pedido la bendición -hay costumbres que jamás voy a perder-, y le pregunté si cerraba la puerta. La brisa de la península en esa época del año no daba tregua en su revuelo. Estábamos solo ella y yo, en la inmensidad de ese apartamento casi vacío, envuelto por el viento de enero, y entre infinidad de cosas intangibles. Me dijo: "no, yo voy a despedirme de ti". Y fue en ese momento cuando supe que jamás la volvería a ver con vida. Con mucha dificultad se levantó y me acompañó hasta la puerta. Hay intimidades que no permiten ni necesitan más que ser entendidas en silencio, sin palabras. Una semana después, regresaba a su funeral. Había muerto una de

Memorias de una vida desperdiciada - Extracto N° 1

Y, así, me encontré frente a un discurso ya escuchado, una conversación ya sostenida. Los rostros, las miradas y los cuerpos son distintos, pero el miedo es el mismo. Y no puedo sino escuchar, ver y callar. Yo también estuve allí, hace muchos años, enfrentándome a una de esas decisiones determinantes: ser feliz, o ser lo que otros esperan que sea. Yo elegí vivir. Las circunstancias eran -y son- distintas, nuestros contextos son diferentes. "No puedes salvar a nadie más que a ti mismo", me repito. En esta ocasión, la experiencia se siente distinta. No hay decepción. No puedes decepcionarte de algo -o alguien- cuando sabes que acabará de esta forma. Siento compasión. Sé que eligió mal, pero él no puede verlo en este momento. También sé que en unos años se arrepentirá, quizás cuando se dé cuenta que no se puede vivir a través de los otros. Pretender cumplir las expectativas de los demás es la mejor forma para perderse uno mismo. Uno nunca deja de querer, el sentimiento solo se a

Parábola del viento (BORRADOR)

Muy tarde lo entendió quien su vida pasó persiguiendo al viento, tratando de retenerlo. La naturaleza del viento no es ser contenido en la ambición de aquél que lo persigue, ni es la naturaleza de este pasar su vida tras aquél. El viento solo fluye. Aquél solo debió sentir. Tarde lo entendió. Toda una vida desperdiciada tras el viento.

Dos meses después

Mientras caminaba al trabajo, recordó que no le quedaban pastillas. Se detuvo a revisar su bolso y tuvo la fría confirmación de su sospecha: no había ni una pastilla escondida entre las cosas que siempre llevaba. «¿Desde hace cuánto no tomo las pastillas?», pensó. Más del que pudiese recordar, sin duda. Siguió caminando con una sensación conocida, pero que apenas podía identificar. No era sobresalto, al contrario. «No hay angustia», dijo en voz alta. Parecía que le faltaba sentir algo. Continuó hasta la entrada del edificio, tomó el ascensor y al llegar, luego de los saldos de rutina, preguntó si había algo pendiente. «Nada», fue la respuesta. Y fue esa su respuesta, también. No sentía nada. No estaba químicamente adormecido, como había pasado los anteriores tres años. Ahora estaba despierto, respirando, escuchando el bullicio que venía de la calle y se colaba por la ventana. Se asomaba a ver la coreografía de carros, peatones y luces de semáforos que se sucedía en esa esquina. Lo veía

Relatos cotidianos: La voz por descubrir

La ansiedad y la culpa no han pasado, ciertamente, pero Ismael ha hecho las paces consigo mismo. Eso le ha permitido respirar, sentirse cómodo con lo que es (y no es) y entender a esas viejas amigas en su justa dimensión. Ya el miedo no paraliza. Ahora trata de estar más conscientemente del lado del amor. Ya en su voz no suena la angustia. ¿A qué suena ahora? ¿Qué historias cuenta su voz, una vez que el dolor se hizo suficiente? Él está en proceso de (re)descubrirlo. Piensa en ello, sin angustia, porque sabe que hay infinitas historias qué contar. Y entre ellas, las suyas. Hasta el próximo post.

Relates cotidianos: Recordar para no sentir miedo

Hola. Ismael cayó en cuenta que no llevaba dos años luchando contra sus miedos: tenía toda su vida enfrentándose a ellos. Un par de semanas atrás, durante una de sus sesiones de psicoterapia, recordó que siendo un niño escribía cartas que nunca entregaba. Estaban escritas con lápices de colores, quizás porque era lo que tenía a mano. En todas ellas expresaba largamente su pesar por la decisión que (nuevamente) acababa de tomar: se iría de la casa. Ismael tenía cinco o seis años cuando escribía esas notas de despedida. Recordaba que lo hacía llorando, a veces tenía que rehacer la carta porque las lágrimas caían sobre la hoja y la arruinaban. Pero no lograba recordar algo fundamental: ¿por qué lo hacía?, ¿cuál era la razón para querer huír de su casa? Admitió, también, que tenía pocos recuerdos de su infancia. Es lo normal, pensó. Uno de ellos era el miedo que le tenía a las multitudes. No le gustaban (y aún no le gustan) los lugares con mucha gente. Recordó una ocasión de visita en Mara